miércoles, 20 de enero de 2010

EL GATO DEL RABINO,

EL CÓMIC:

EL GATO DEL RABINO
Joann Sfar
(2002-2006, Dargaud; 2003-2007, Norma)

“Sólo intento decir la verdad, para ver cuál es su efecto”, dice el gato de un rabino sefardí tras zamparse el loro de su dueño. Es el motor de arranque de la serie más representativa de Joann Sfar (Niza, 1971), el autor francés más prolífico del momento: dos páginas terminadas al día, más de cien libros en dos décadas de carrera y una dualidad permanente entre lo alternativo -Sfar fue miembro muy activo de L’Association, donde publicó obras como “Pascin” (2006) o sus inclasificables “Carnets” (2002-2008)- y lo comercial, terreno que también ha sometido a sus deseos como autor en series producidas para la gran industria, tanto para el público infantil -“Vampir” (1999-2005)- como el adulto -“El minúsculo mosquetero” (2001-2006), "El gato del rabino"-.

Sfar, que confiesa que no tiene ni idea de adónde le van a llevar sus historias y que las improvisa según las voces que oye en su cabeza, ha construido una obra profundamente personal que escapa a géneros y etiquetas. Y si los autores bajo la influencia de Chris Ware experimentan sobre todo con el diseño, Sfar lo hace con su soberbio dibujo, dando volantazos radicales en la misma página –de la caricatura al seudorrealismo y de ahí al puro garabato- con una desfachatez en el acabado que rompe con los estándares de “calidad” tradicionales en el cómic francobelga. Hijo de madre askenazí y padre sefardí (argelino, como el rabino de su cómic), Sfar también busca inspiración en su identidad cultural judía, centro explícito de series como “Klezmer” (2005-2007) o la que ahora nos ocupa. Cinco álbumes hasta el momento en los que ha puesto en práctica su habitual “libertinaje” creativo, desechando estructuras narrativas férreas y recurriendo a ciertos elementos míticos -los suficientes para dar a la obra un bello aire de cuento tradicional- y a un poderoso humor filosófico que pone en cuestión costumbres, religiones y dogmas. Todo ello sin renunciar al guiño metalingüístico, como cuando el gato del rabino discute si la raíz de “Sfar” es hebrea o árabe, ni al discurso solemne sobre el miedo al cambio (es decir, a la muerte), como cuando el minino se niega al paso del tiempo al enterarse de que su dueña ha decidido casarse con un judío de París: “No queremos a este ladrón de dueña y de hija, heraldo de vejez, barrigas hinchadas y de varices. Queremos que todo se quede igual”. Mientras termina la serie, el hombre orquesta Sfar debutará como director de cine en 2010, con un biopic sobre Serge Gainsbourg.

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Una reseña que escribí para la lista de mejores cómics de la década del Rockdelux, noviembre 2009

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